Pide perdón a la señora

CaRperucita
CaRperucita

Pero, ¿qué ha pasado?
Simplemente, el tiempo.
Tempus fugit

— Rubén, pide perdón a la señora.
En un primer momento, pensó que otra debía de ser la destinataria de
aquello, pero no se atrevió a girar.
En un segundo instante, aunque aparentaba seguir sin apenas
reaccionar, algún sistema interno detector de catástrofes, alertaba de que iba
dirigido justamente a ella.
Permaneció inmóvil. Decidió no mirar. Igual que hacía de pequeña
cuando jugaba al escondite y no se destapaba los ojos, como pensando que si
ella no veía, tampoco iba a ser descubierta.
Un repentino flashback en la película de su vida, breve —pensaba— hasta
hacía poco, la trasladó a su recién reconocida como lejana infancia, a una tarde
que se hacía tarde, como ahora, preguntando la hora a una señora que la miró
perpleja, sin llegar a responder.
— “Por favor, señora,
¿me dice la hora?”
Una rima tan ridícula como espantosa. No se había dado cuenta hasta
ese preciso minuto.
¿Era posible que “la señora de la hora de ahora” fuese aquella niña que
entonces saltaba descuidadamente hacia el colegio? Sus coletas se creían
eternas y ondeaban, burlonas, en trenzada coreografía, desafiando al futuro,
que no asustaba lo más mínimo desde aquella perspectiva.

Pide perdón a la señora retumbaba en su mente como un trueno en un
solar vacío anunciando la proximidad de una devastadora tormenta, de esas
que dividen el tiempo en un Antes y un Después claramente definidos e
irreconciliables.
El Vd. que empezaban a dedicarle en algunos centros comerciales, bien
podría atribuirse a esa absurda intención de mostrar falsos —entendía ella—
modales. Mucho mejor demostrarían la educación y el respeto, si de eso se
trataba, regalándole un perfume agradable o un pañuelo bonito, juvenil… y
dejándose de semejante fórmula de cortesía de efecto vetusto.
Pide perdón a la… ¡señora!
Señora. Señora. Señora…
Maldita palabra. Hubiera preferido que la llamasen imbécil. Así se sintió
con aquel eco en su cabeza de suaves canas disimuladas. ¿Suaves?
¿Disimuladas? Tal vez ya tocaba teñir. ¡Claro! Era eso. Sí, seguro que había
sido simplemente eso.
Se trataba de autoconvencer sin demasiado éxito.
Señora. (¡Grrrr…!)
En fin, se alejó sin apenas mirar al pequeño, que nada ofensivo había hecho,
más que corretear en torno a ella, rozándola al pasar.
Sin embargo, su madre… ¡ay, la madre, su madre…! Ella sí que había
sido grosera, insolente y maleducada, propinándole aquella fría bofetada de
realidad, más dolorosa que la de un guante de hielo.
Señora…
— ¡Señora lo será usted!, (gritó en silencio).

Le daban ganas de despeinarla y desenmascararla, quitarle aquellas
gafas de sol en un día nublado (¿tal vez ocultaba patas de gallina vieja?) y
entonces, sí, sí, ya habría una razón. Un motivo para pedir perdón a la señora.


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